Junio marca el inicio de la cuenta atrás para el final de curso. Algunas familias ya están
organizando las vacaciones, otras se preparan para cerrar una etapa. Pero mientras todo eso
ocurre, hay algo que sigue siendo igual de importante que en septiembre: las rutinas. Esas
pequeñas acciones que repetimos cada día —como lavarse las manos, dormir a la misma hora o
recoger los juguetes— son mucho más que hábitos; son una base segura sobre la que los niños y
niñas construyen su desarrollo.
Durante los primeros años de vida, las rutinas aportan estructura, anticipación y estabilidad
emocional. Les ayudan a entender qué ocurre a lo largo del día, a predecir lo que viene después y
a ganar confianza en sí mismos. Establecer y mantener hábitos de sueño, higiene, alimentación o
control de esfínteres no es solo una cuestión práctica; es una forma de cuidar su bienestar
integral.

Uno de los ejemplos más claros es el sueño. Dormir bien no solo permite descansar: durante el
sueño se consolidan aprendizajes, se regula el estado de ánimo y se refuerza el sistema
inmunológico. En la escuela respetamos los ritmos de cada peque, adaptando los momentos de
descanso a sus necesidades. Y en casa, seguir rutinas suaves como una canción, un cuento o
una luz tenue puede marcar la diferencia. Mantener horarios similares durante el verano ayuda a
que la vuelta en septiembre sea más amable y evita desajustes innecesarios.
Otro hábito esencial es el de la alimentación. Comer juntos, en un entorno tranquilo y sin prisas,
fomenta la autonomía, el lenguaje, la socialización y, por supuesto, buenos hábitos alimentarios.
En la escuela infantil animamos a los niños y niñas a participar en este momento: lavarse las
manos, esperar el turno, usar cubiertos, probar nuevos sabores… Todo esto puede mantenerse
en casa durante las vacaciones: cocinar en familia, ir al mercado, implicarles en la preparación de
los alimentos. Cuando disfrutan del proceso, no solo se alimentan, sino que crecen en
autoestima
.
La higiene personal también forma parte del día a día en la escuela y en casa. Lavarse las manos
después de ir al baño, limpiarse la nariz o cepillarse los dientes son rutinas que refuerzan el
cuidado del cuerpo y la autonomía. No se trata de que lo hagan todo perfecto, sino de que se
sientan capaces. El verano ofrece muchos momentos para reforzar estos aprendizajes jugando,
cantando o simplemente acompañando sin prisas.
Y no podemos olvidar el proceso del control de esfínteres. El buen tiempo lleva a muchas familias
a plantearse la retirada del pañal. Desde la escuela lo acompañamos como lo que es: un proceso
madurativo que requiere respeto y observación. Cuando los peques muestran señales como
mantener el pañal seco durante más tiempo, avisar cuando hacen pis o querer usar el orinal,
podemos empezar. Pero sin presionar, sin castigos, y sin comparar. Es importante que familia y
escuela vayamos de la mano, porque ofrecer un entorno coherente y afectivo facilita mucho este
paso tan importante.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando llega el verano y esas rutinas se rompen o se flexibilizan? Es
natural que cambien los horarios, los espacios y las dinámicas, pero mantener cierta estructura
ayuda a los niños y niñas a no perder los logros alcanzados. No hace falta seguir el mismo horario
del curso, pero sí conservar momentos reconocibles: una hora estable para levantarse, espacios
de juego tranquilos por la tarde, una rutina antes de dormir… Todo esto contribuye a que, aunque
cambie el entorno, ellos y ellas sigan sintiéndose seguros.
Además de rutinas, los niños y niñas necesitan límites claros, pero siempre desde el respeto y el
afecto
. Validar sus emociones, enseñarles a expresarlas y ofrecer alternativas les ayuda a
desarrollarse con seguridad. En la escuela usamos cuentos, juegos y palabras que también
pueden trasladarse a casa. Educar con calma no significa permitirlo todo, sino acompañar con
coherencia y empatía, fortaleciendo el vínculo en cada situación cotidiana.